29/9/16

SAN MIGUEL ARCÁNGEL, PATRÓN DE LA ORDEN DE LOS MÍNIMOS


ORACIÓN 

Oh gloriosísimo San Miguel Arcángel, príncipe y caudillo de los ejércitos celestiales, custodio y defensor de las almas, guarda de la Iglesia, vencedor, terror y espanto de los rebeldes espíritus infernales. Humildemente te rogamos, te digne librar de todo mal a los que a ti recurrimos con confianza; que tu favor nos ampare, tu fortaleza nos defienda y que, mediante tu incomparable protección adelantemos cada vez más en el servicio del Señor; que tu virtud nos esfuerce todos los días de nuestra vida, especialmente en el trance de la muerte, para que, defendidos por tu poder del infernal dragón y de todas sus asechanzas, cuando salgamos de este mundo seamos presentados por tí, libres de toda culpa, ante la Divina Majestad. Amén.

28/9/16

PERSONALIDAD DE SAN FRANCISCO DE PAULA


Sería ciertamente un error reducir nuestro conocimiento de San Francisco a la sola dimensión de su santidad. Por eso es necesario valorar su peso humano, los rasgos típicos de su personalidad humana, que aunque procediera -como hemos subrayado- de un estrato social agrícola, ha sido fuerte, rica de cualidades verdaderamente extraordinarias, tanto para organizar, dirigir y gobernar, como de ingenio moral. Todo esto es una realidad excepcional, si tenemos en cuenta su posible carencia de formación literaria, pues entre los historiadores no hay unanimidad sobre si Francisco siendo niño recibió algún tipo de formación cultural. La imagen que de él nos ofrece el enviado de Paulo II, que lo llama campesino y rústico, nos llevaría a pensar que no tenía instrucción alguna; según algunos tal vez no supiera leer ni escribir. En los Procesos hay quien dice que era un iletrado, otros, en cambio, dan a entender que tuviera una cierta cultura, cuando menos que sabía leer y escribir. De hecho algunos testigos cuentan que explicaba la Escritura a la gente, citando incluso algunas frases en latín, e incluso otros dicen que escribió algunas cartas.
           
En resumen, se puede decir que Francisco sabía leer y escribir, aunque no se pueda afirmar que era un letrado, en sentido técnico; y si no era un hombre iniciado en ciencias sagradas ni profanas, sin embargo tenía un conocimiento de la Biblia aceptable, que le permitía poder dirigirse al pueblo haciendo reflexiones muy pertinentes.
           
La inteligencia de que gozaba, junto con una instrucción al menos elemental, le facilitó saberse adaptar a las más diversas situaciones de la vida, acertando a moverse con sabiduría, prudencia y discreción, como quien hubiera vivido siempre en medio de las más dispares situaciones que continuamente se presentan. De esas situaciones él supo extraer el significado más profundo y oculto. A este respecto es oportuno resaltar la observación llena de maravilla del cronista francés De Commines, cuando Francisco pasó por la corte del rey de Nápoles: Fue acogido y honrado por el rey de Nápoles y sus hijos como un gran legado pontificio, y él les habló como un hombre que hubiera sido educado en la corte. O sea que aquel eremita campesino y rústico se movía por la corte con la naturalidad propia de aquel ambiente y de aquel estilo de vida. Este detalle manifiesta su capacidad para adaptarse y su gran inteligencia, propias de gente con personalidad.
            
Además él se manifiesta como un hombre de gran equilibrio, rico de sentimientos, abierto como pocos a la novedad de la vida, que entrevé con inteligencia y previsión. Controla sus sentimientos y es dueño de la situación, sabiendo aceptar y encauzar los acontecimientos con suma prudencia, orientándolos hacia objetivos muy concretos. Como es propio de personalidades recias, supo dirigir todos los acontecimientos de su vida hacia los objetivos que pretendía, sin dejar nunca de perseguirlos hasta lograr alcanzarlos.
            
Pero la característica más grande de su personalidad fue la caridad, o su comportamiento de amor, capaz de originar y difundir vida a su alrededor. Su vida, analizada con los ojos de la moderna psicología, nos ofrece la imagen de un hombre que posee en plenitud el arte de amar, dando pruebas concretas de un comportamiento “cristiano” en el que el amor -en su madurez-, implica fe, humildad, actividad, coraje.
            
Analizaremos ahora los rasgos típicos de esta personalidad.
            
San Francisco es fundamentalmente un optimista, porque siempre apuesta por la esperanza y el bien, confiando en la bondad natural del hombre y en su capacidad de cambiar. Todo lo que dice a los frailes y a cuantos se encontraban con él era para animar e infundir serenidad y paz; esto dependía no sólo de la caridad de un hombre de iglesia, sino incluso de su temperamento, pues veía a las personas siempre desde el bien que había en ellas. La alegría que la gente se lleva tras un encuentro con él, es sin duda fruto de su gran santidad, pero también como fruto de la positividad, con la que él miraba las cosas. Era optimismo el no arredrarse ante las dificultades, el hablar infundiendo confianza y abierto siempre a la esperanza. La referencia constante a la fe en Dios manifestaba no sólo su santidad, sino que era prueba de su modo natural de ver las cosas, nota característica de la sabiduría popular de los campesinos, confiando siempre en encontrar -con la ayuda de Dios-, solución a cualquier problema.
            
De su optimismo nacía espontánea su gran humanidad. Las fuentes históricas denominan el modo como se relacionaba con los demás con el adjetivo humanus y con el sustantivo humanitas. Y todos subrayan que esta humanidad contrastaba con la austeridad de su vida personal. Él manifestó este lado de su temperamento especialmente en el modo de acoger a la gente, que, numerosa, acudía a visitarlo, dondequiera que estuviera. Esto denota la gran disponibilidad manifestada por el Eremita para recibirlos, para escuchar sus problemas, en el dar una palabra de aliento, en el hacer -si era el caso- un milagro. En la unidad armónica de su personalidad él junta su sencillez de vida, la humildad y la austeridad con su capacidad de abrirse al otro, como gesto de amor. Él vivió concretamente -por encima de cualquier teoría-, los valores que la psicología moderna considera como premisas y cualidades indispensables para el amor, o sea, la humildad y la sencillez de vida.
            
Y a pesar de haber elegido la vida eremítica, él sabe cultivar relaciones de amistad, más allá de la habitual bondad manifestada hacia todos. Dentro del mundo laboral al que pertenece, él se mueve con total naturalidad y a todos los que viven en ese ambiente los trata con mucha familiaridad. Sabe ser afable con todos, consolando a unos, animando a otros, invitando a cambiar de conducta a otros. Valora la cara agradable de los afectos humanos y el aspecto gozoso de la vida. Por eso se le ve pasear en una conversación amistosa con amigos y con su madre, llama a las personas con diminutivos cariñosos; a veces usa una fina ironía y se muestra sonriente, gozando por ejemplo por la alegría que manifiesta una persona que ha quedado curada por su intercesión.
            
Se muestra generoso, disponible, servicial desde el año votivo vivido en San Marcos Argentano, sirviendo humildemente al Señor y a los frailes del convento, a través de los oficios más humildes del convento. Y ya de adulto, con sus frailes, salía al encuentro de las necesidades de cada uno. Era benigno y servicial con todos, tanto con los seglares como con sus mismos religiosos. Son afirmaciones que sus contemporáneos encarecen aduciendo ejemplos de generosidad, de disponibilidad y de servicio, tomados todos de la vida diaria, que revela el ambiente sencillo en el que Francisco se había educado y vivido, y que está a la base de su humildad y su penitencia: por la noche cerraba las puertas del convento, servía a los frailes en la mesa, se ocupaba de que en la iglesia, altares y sacristía, todo estuviera en orden, lavaba la ropa a los religiosos e incluso a los novicios.
            
También era un hombre decidido, con autoridad, enérgico y coherente. Son rasgos propios de una fuerte personalidad. Francisco era un hombre macizo, que nunca admitió componendas. Siempre leal en todas sus cosas, nunca se plegó ante posibles alicientes que la vida le ofreciera. Los reiterados intentos de corrupción por parte de los reyes de Nápoles y de Francia, que querían poner a prueba su catadura moral, son el mejor ejemplo. La sinceridad de Francisco prevalece ante sus oscuras maniobras y le ayuda a afrontarlas con respeto -ciertamente-, pero con gran decisión. Al rey de Nápoles manda una severa advertencia, con la amenaza de un castigo por parte de Dios; al rey de Francia hace saber que es mejor que restituya las cosas de otros, que intentar corromperle con dinero y objetos de valor. Ante el bien Francisco no se para, cueste lo que cueste. No se amilana ante la autoridad de los hombres, incluso la de los hombres de Iglesia; no se deja enternecer por las súplicas afectuosas de los que están cerca y no cede ante las protestas de quien está bajo su autoridad. La verdad y el bien son bienes sublimes, por eso él no se doblega. De este modo demuestra una fuerza extraordinaria, que cultivó desde su juventud, desde el momento en que tuvo que tomar decisiones audaces, como fue elegir la vida eremítica.
            
Francisco demuestra además energía al saber afrontar los imprevistos de la vida y en el saber arriesgar: ténganse en cuenta los diferentes viajes realizados en Calabria y en Sicilia, y sobre todo el que hizo a Francia, que dio un giro total a su vida; y fue así, por las diferentes vicisitudes de su congregación, que de su experiencia, dio a ella vida y nombre. Él resplandece como el hombre de gran equilibrio psicológico y moral. Se mantiene imperturbable ante el mal que se trama a su alrededor; se queda del lado de la verdad y del bien, por eso no teme a nada y sabe esperar con paciencia que el curso de los acontecimientos se incline hacia el lado de la verdad y del bien, de cuyo lado él se ha puesto.
            
Francisco en su vida fue un auténtico líder, guía experta y sabia, que desempeñó con prudencia, sabiduría y firmeza el papel de guía y animador, primero de una comunidad y luego de una congregación religiosa, caminando lentamente hacia dimensiones internacionales. La búsqueda constante de la soledad fue para él un elemento de interiorización, que lo llevó a ser sabio y prudente, capaz por tanto de gobernar con equilibrio y firmeza. Manifiesta siempre para con todos una gran prudencia y paciencia, sabiendo esperar el momento oportuno para conseguir el bien deseado.
            
Como ermitaño que es, es amante de la naturaleza. Vive en contacto directo con la naturaleza, y por eso tiene con ella una relación armónica, controlando todos los elementos naturales. Él mismo nos explica cómo lo conseguía: dice que el amor a Dios era el origen y la causa de tal poder. Incluso con los animales mantenía una relación amistosa. No quería que se matara a los animales sin motivo alguno. Por eso cuando algún animal suponía alguna amenaza para la incolumidad de las personas, él mismo se encargaba de llevarlo a otro lugar.

            
Y por último era un hombre que vivía la historia de su tiempo. A primera vista resulta algo extraño, pero también este es un aspecto que configura la personalidad de Francisco. Por eso, aunque fuera eremita, él supo encarnarse en la historia de su tiempo, asumiendo los problemas y haciéndose intérprete cualificado de ellos. Su capacidad de saber leer los acontecimientos era fruto de una sensibilidad personal y de una atención especial e inteligente hacia la historia. El hecho de que tuviera o no una gran cultura, en absoluto prejuzgó que fuera una persona dotada de dones intelectuales y de gran sensibilidad hacia ciertos signos sociales y políticos. Contando con estas dotes naturales -con las que Dios lo había enriquecido para su plan providencial-, el mismo Dios escribió su proyecto, sirviéndose de ellas para cumplir sus designios. 

P. Giuseppe Morosini O. M. 

27/9/16

SAN VICENTE DE PAUL, TERCIARIO MÍNIMO

27 de septiembre


SAN VICENTE DE PAUL, terciario mínimo
(1581 - 1660)

Nació San Vicente en el pueblecito de Pouy en Francia, en 1580. Su niñez la pasó en el campo, ayudando a sus padres en el pastoreo de las ovejas. Desde muy pequeño era sumamente generoso en ayudar a los pobres.

Los papás lo enviaron a estudiar con los padres franciscanos y luego en la Universidad de Toulouse, y a los 20 años, en 1600 fue ordenado de sacerdote.
Dice el santo que al principio de su sacerdocio lo único que le interesaba era hacer una carrera brillante, pero Dios lo purificó con tres sufrimientos muy fuertes.
. El Cautiverio. Viajando por el mar, cayó en manos de unos piratas turcos los cuales lo llevaron como esclavo a Túnez donde estuvo los años 1605, 1606 y 1607 en continuos sufrimientos.
. Logró huir del cautiverio y llegar a Francia, y allí se hospedó en casa de un amigo, pero a este se le perdieron 400 monedas de plata y le echó la culpa a Vicente y por meses estuvo acusándolo de ladrón ante todos los que encontraba. El santo se callaba y solamente respondía: "Dios sabe que yo no fui el que robó ese dinero". A los seis meses apareció el verdadero ladrón y se supo toda la verdad. San Vicente al narrar más tarde este caso a sus discípulos les decía: "Es muy provechoso tener paciencia y saber callar y dejar a Dios que tome nuestra defensa".
. La tercera prueba fue una terrible tentación contra la fe, que aceptó para lograr que Dios librara de esa tentación a un amigo suyo. Esto lo hizo sufrir hasta lo indecible y fue para su alma "la noche oscura". A los 30 años escribe a su madre contándole que amargado por los desengaños humanos piensa pasar el resto de su vida retirado en una humilde ermita. Cae a los pies de un crucifijo, consagra su vida totalmente a la caridad para con los necesitados, y es entonces cuando empieza su verdadera historia gloriosa.
Hace voto o juramento de dedicar toda su vida a socorrer a los necesitados, y en adelante ya no pensará sino en los pobres. Se pone bajo la dirección espiritual del Padre Berule (futuro cardenal) sabio y santo, hace Retiros espirituales por bastantes días y se lanza al apostolado que lo va a volver famoso.
Dice el santo "Me di cuenta de que yo tenía un temperamento bilioso y amargo y me convencí de que con un modo de ser áspero y duro se hace más mal que bien en el trabajo de las almas. Y entonces me propuse pedir a Dios que me cambiara mi modo agrio de comportarme, en un modo amable y bondadoso y me propuse trabajar día tras día por transformar mi carácter áspero en un modo de ser agradable". Y en verdad que lo consiguió de tal manera, que varios años después, el gran orador Bossuet, exclamará: "Oh Dios mío, si el Padre Vicente de Paúl es tan amable, ¿Cómo lo serás Tú?".
San Vicente contaba a sus discípulos: "Tres veces hablé cuando estaba de mal genio y con ira, y las tres veces dije barbaridades". Por eso cuando le ofendían permanecía siempre callado, en silencio como Jesús en su santísima Pasión".
Se propuso leer los escritos del amable San Francisco de Sales y estos le hicieron mucho bien y lo volvieron manso y humilde de corazón. Con este santo fueron muy buenos amigos.
Vicente se hace amigo del Ministro de la marina de Francia, y este lo nombra capellán de los marineros y de los prisioneros que trabajan en los barcos. Y allí descubre algo que no había imaginado: la vida horrorosa de los galeotes. En ese tiempo para que los barcos lograran avanzar rápidamente les colocaban en la parte baja unos grandes remos, y allá en los subterráneos de la embarcación (lo cual se llama galera) estaban los pobres prisioneros obligados a mover aquellos pesados remos, en un ambiente sofocante, en medio de la hediondez y con hambre y sed, y azotados continuamente por los capataces, para que no dejaran de remar.
San Vicente se horrorizó al constatar aquella situación tan horripilante y obtuvo del Ministro, Sr. Gondi, que los galeotes fueran tratados con mayor bondad y con menos crueldad. Y hasta un día, él mismo se puso a remar para reemplazar a un pobre prisionero que estaba rendido de cansancio y de debilidad. Con sus muchos regalos y favores se fue ganando la simpatía de aquellos pobres hombres.
El Ministro Gondi nombró al Padre Vicente como capellán de las grandes regiones donde tenía sus haciendas. Y allí nuestro santo descubrió con horror que los campesinos ignoraban totalmente la religión. Que las pocas confesiones que hacía eran sacrílegas porque callaban casi todo. Y que no tenían quién les instruyera. Se consiguió un grupo de sacerdotes amigos, y empezó a predicar misiones por esos pueblos y veredas y el éxito fue clamoroso. Las gentes acudían por centenares y miles a escuchar los sermones y se confesaban y enmendaban su vida. De ahí le vino la idea de fundar su Comunidad de Padres Vicentinos, que se dedican a instruir y ayudar a las gentes más necesitadas. Son ahora 4,300 en 546 casas.
El santo fundaba en todas partes a donde llegaba, unos grupos de caridad para ayudar e instruir a las gentes más pobres. Pero se dio cuenta de que para dirigir estas obras necesitaba unas religiosas que le ayudaran. Y habiendo encontrado una mujer especialmente bien dotada de cualidades para estas obras de caridad, Santa Luisa de Marillac, con ella fundó a las hermanas Vicentinas, que son ahora la comunidad femenina más numerosa que existe en el mundo. Son ahora 33,000 en 3,300 casas y se dedican por completo a socorrer e instruir a las gentes más pobres y abandonadas, según el espíritu de su fundador.
San Vicente poseía una gran cualidad para lograr que la gente rica le diera limosnas para los pobres. Reunía a las señoras más adineradas de París y les hablaba con tanta convicción acerca de la necesidad de ayudar a quienes estaban en la miseria, que ellas daban cuanto dinero encontraban a la mano. La reina (que se confesaba con él) le dijo un día: "No me queda más dinero para darle", y el santo le respondió: "¿Y esas joyas que lleva en los dedos y en el cuello y en las orejas?", y ella le regaló también sus joyas, para los pobres.
Parece casi imposible que un solo hombre haya podido repartir tantas, y tan grandes limosnas, en tantos sitios, y a tan diversas clases de gentes necesitadas, como lo logró San Vicente de Paúl. Había hecho juramento de dedicar toda su vida a los más miserables y lo fue cumpliendo día por día con generosidad heroica. Fundó varios hospitales y asilos para huérfanos. Recogía grandes cantidades de dinero y lo llevaba a los que habían quedado en la miseria a causa de la guerra.
Se dio cuenta de que la causa principal del decaimiento de la religión en Francia era que los sacerdotes no estaban bien formados. Él decía que el mayor regalo que Dios puede hacer a un pueblo es dale un sacerdote santo. Por eso empezó a reunir a quienes se preparaban al sacerdocio, para hacerles cursos especiales, y a los que ya eran sacerdotes, los reunía cada martes para darles conferencias acerca de los deberes del sacerdocio. Luego con los religiosos fundados por él, fue organizando seminarios para preparar cuidadosamente a los seminaristas de manera que llegaran a ser sacerdotes santos y fervorosos. Aún ahora los Padres Vicentinos se dedican en muchos países del mundo a preparar en los seminarios a los que se preparan para el sacerdocio.
San Vicente caminaba muy agachadito y un día por la calle no vio a un hombre que venía en dirección contraria y le dio un cabezazo. El otro le dio un terrible bofetón. El santo se arrodilló y le pidió perdón por aquella su falta involuntaria. El agresor averiguó quien era ese sacerdote y al día siguiente por la mañana estuvo en la capilla donde le santo celebraba misa y le pidió perdón llorando, y en adelante fue siempre su gran amigo. Se ganó esta amistad con su humildad y paciencia.
Siempre vestía muy pobremente, y cuando le querían tributar honores, exclamaba: "Yo soy un pobre pastorcito de ovejas, que dejé el campo para venirme a la ciudad, pero sigo siendo siempre un campesino simplón y ordinario".
En sus últimos años su salud estaba muy deteriorada, pero no por eso dejaba de inventar y dirigir nuevas y numerosas obras de caridad. Lo que más le conmovía era que la gente no amaba a Dios. Exclamaba: "No es suficiente que yo ame a Dios. Es necesario hacer que mis prójimos lo amen también".
El 27 de septiembre de 1660 pasó a la eternidad a recibir el premio prometido por Dios a quienes se dedican a amar y hacer el bien a los demás. Tenía 80 años.
El Santo Padre León XIII proclamó a este sencillo campesino como Patrono de todas las asociaciones católicas de caridad.


Para más información: San Vicente de Paul

25/9/16

XXVI DOMINGO ORDINARIO (CICLO C)


Lc 16:19-31

- ¿Somos como Epulón? ¿Somos como Lázaro? ¿Dónde están los Lázaros de mi vida? ¿Dónde las opulencias insolidarias de mi vida?

- La preocupación en nuestra vida por los novísimos (muerte, juicio, infierno, purgatorio, gloria…) ¿la tomamos en serio? ¿Hacemos que otros también lo tomen en serio?

- Ni aunque un muerto resucite… ¿proclamamos a Jesús resucitado? ¿Lo creemos verdaderamente?


21/9/16

DESCRIPCIÓN FÍSICA DE SAN FRANCISCO DE PAULA

       
     
De San Francisco sólo tenemos un grabado del retrato original que hizo Jean Bourdichon, el pintor de la corte francesa, cuando hubo muerto el Santo, teniendo ante sí el molde de su rostro tomado de su cadáver. Esta representación influyó poderosamente en toda la producción artística sobre San Francisco a lo largo de todo el siglo XVI. Generalmente se le representa con rostro de edad avanzada, como un hombre de estatura alta y de constitución física recia, de nariz aguileña, con la cara cubierta de barba, ascético, y un poco severo, y muchas veces absorto en profunda contemplación, y a veces con la cara de éxtasis. Acaso sea ésta la imagen que San Francisco dejó en edad provecta y que por eso quedó impresa en su iconografía. Los escritores del tiempo lo describen así: Hombre de estatura superior a la media… con cara un poco oblonga… bien proporcionado, delgado y, curtido o arrugado como hombre de campo, proyectando más bien la edad más avanzada del santo. La nariz era gruesa y alargada, la frente amplia, los ojos grandes y luminosos, coronados por cejas espesas. Que más o menos corresponde a la descripción que de él hace el autor Anónimo contemporáneo: Llevaba la barba y los cabellos, como ya he dicho, algo largos, no en exceso. Era de complexión gruesa y de constitución recia. Y aunque siempre vivió con gran abstinencia, gozaba no obstante de buena salud, de aspecto rubicundo, como si todos los días comiera exquisitos manjares. Externamente aparentaba estar gordo, si bien en realidad era huesos y piel. Por eso concluye haciendo una preciosa alusión, con quien pudiera asemejarse Francisco: Se parecía -dice- a San Antonio Abad, como habitualmente se le representa.
            
Que San Francisco fuera de estatura más bien alta lo podemos deducir por la indumentaria (manto, capucho, zuecos) que él usó y que se conservan en el santuario de Paula. De joven sus cabellos -si tenemos en cuenta las declaraciones del testigo 4 del Proceso Cosentino-, “resplandecían como hilos de oro”. Y que fuera de constitución recia, también resulta de las descripciones hechas sobre su figura por algunos testigos del Proceso Cosentino: Se le veía caminar descalzo por el campo, yendo entre espinos y piedras; trabajaba durante todo el día, rompiendo piedras con un mazo y cavando la tierra. Todos lo describen como un hombre acostumbrado a todo tipo de fatigas, coincidiendo así con lo que también escribía el autor Anónimo, cuando dice: De día trabajaba más que seis personas. Su porte físico se veía correspondido con un rostro alegre y plácido, dice un testigo, que a su vez sintonizaba con el rostro apacible, del que habla el Anónimo. Tenemos pues la imagen de un hombre que es, ciertamente, un asceta, pero que se presenta sereno, jovial y afable en su aspecto externo.
            
A su retrato físico añadimos una breve reflexión sobre el ambiente en que vivió Francisco. Es importante porque nos ayudará a entender tanto su comportamiento como a conocer su personalidad.
            
El ambiente en que vive es eminentemente agrícola, pero de una agricultura de subsistencia, pues la situación geográfica no permitía una agricultura intensiva. Y aunque era de familia campesina, la suya tal vez gozaba de un cierto bienestar, ya que eran propietarios de algunos terrenos; no obstante, eran ellos los que tenían que cultivar sus tierras. Este ambiente lógicamente hizo de él un campesino, como luego lo calificará el enviado del Papa Paulo II en el encuentro que tuvo con él en Paula. Por tanto campesino no sólo por su aspecto externo, sino incluso por su temperamento, en el sentido que tanto su psicología como sus ademanes y formas de expresarse se vieron influenciadas por el modo y formas del ambiente al que pertenecía. A Francisco no le molestó este calificativo, más aún, se alegra de ello, ya que le ayuda a ser como es. Y en realidad, en su forma de ser, Francisco aparecía como un campesino: caminaba descalzo, llevaba un hábito remendado, tenía barba larga y cabellos algo descuidados. Es muy importante tener en cuenta el ambiente y su procedencia social para poder entender cómo acoge él la vocación de ser profeta de la penitencia dentro de la Iglesia.

            
Queda claro que el ambiente familiar de Francisco es el de la gente humilde de Paula, y, en general, de Calabria; y será esta la gente que mayoritariamente encontraremos a su alrededor, y será de esta gente de la que él prefiera rodearse, ya que con ella comparte los duros trabajos manuales, de labrador y leñador. 

P. Giuseppe Morosini O. M. 

19/9/16

HIMNOS A SAN FRANCISCO DE PAULA


CUANDO SE HUNDIA («Brutio natus»)  

Cuando se hundía el mundo en sus errores,
 diolo Calabria, Paula lo engendraba; 
éste que luego, espléndido en milagros, 
Francia lo acoge.   

Quiso en la tierra ser en todo humilde; 
«mínimo» siempre, ser por todos dicho.
Sólo así excelso pudo en alto cielo  
ser coronado.

 Quiso a los suyos, Mínimos llamarlos;
quiso que humildes, fuesen sus hermanos;
verlos a todos, junto con los santos
 llenos de gloria.   

Da con frecuencia, donde está enterrado,
vista al enfermo, siempre que le ruega; 
da al desgraciado, cuando va a rogarle 
don saludable.  

Ven ya los ciegos, andan los tullidos, 
cobra el oído, quien sordo sufría, 
muertos se yerguen, tienen ya los mudos 
 voz en sus bocas.  

Todos los fieles dan al Señor gracias, 
Dios Uno y Trino; y El que da a los justos
dones de dicha y sube hasta los cielos 
hombres humildes. Amén.


MINIMO SOY

Cuando era joven
se retiró al desierto de Paula,
para vivir a solas con Dios;
y allí descubrió su propia vocación. (bis)

MINIMO SOY
EN LA CASA DEL PADRE
MINIMO SOY
EL POBRE DE YAHVE

Todos veían
en San Francisco un hombre santo,
un ermitaño amigo de Dios.
Y muchos querían vivir como él vivió. (bis)

En esta vida
soy peregrino, soy forastero
voy caminando a la libertad.
Vivir despojado, ser hijo de la paz (bis)


Letra y música, Sor María Consuelo de la Santísima Trinidad, monja mínima del Monasterio de Paula.


SANTO DE PAULA

Santo de Paula,
ilumina  a la ciega humanidad:
nos falta esa luz divina
de tu excelsa caridad!

Vino del cielo
al humano abismo
y conservó su alma angelical;
vino al surgir un nuevo paganismo
y sirvió a Cristo con amor filial.

La penitencia fue su dulce anhelo,
su mejor libro, la divina cruz,
la Eucaristía, todo su consuelo,
la caridad, su guiadora y luz.

Comprendió que es mayor
quien más se humilla
y que Dios siembra con  la pequeñez;
él de “mínimos” hizo la semilla
que hoy es su gloria y de la Iglesia prez.

Su virtud le prestó tal poderío
que le estaban sumisos tierra y mar;
hizo que el fuego se tornase frío
y sin naves, él pudo navegar.




OH SAN FRANCISCO GLORIOSO

Oh san Francisco glorioso, de Paula realce y honor. Míranos tú bondadoso, y danos fe y santo amor.

¡Oh gran Francisco, muy amable Santo
con tierno corazón de serafín!,
a los devotos que te invocan tanto,
 concede gracias y dichoso fin.

Protege a la Iglesia, Madre nuestra,
 sé firme de la patria protector,
y a todos libre, tu potente diestra
de toda seducción y todo error.

Consuelo tiene para toda cuita;
el ciego ve, el mudo puede hablar,
con grande pasmo el muerto resucita,
el sordo oye y vése al cojo andar.